Caso Sofía Viale | A un año: Que no sea en vano

Era una niña, con sueños, promesas, ingenuidades, ilusiones… volvía ese 31 de agosto a su casa. Había sido una tarde más de las tardes en que pasaba vendiendo rosquitas. El mundo se abría a sus ojitos negros. El mundo se cerró, desgarradoramente, en otros ojos fríos, crueles… a mitad de camino.

La historia de Sofía nos sacudió como pocas historias tanto en General Pico como en toda la provincia. Destapó lo peor de nosotros, también lo mejor. Destapó lo irracional, el prejuicio, la reacción descontrolada, el aprovechamiento de algunos para su propio beneficio…

Sofía desapareció un 31 de agosto. La Justicia y la Policía apuntaron a la familia. La mayoría de los medios se hizo eco de ello, algunos inclusive fabularon y mucha, mucha gente empezó a hablar, a acusar, a juzgar y a señalar.

Junto a esa miseria humana surgieron también los brazos solidarios… cientos de personas rastrillando durante 62 días, dando su tiempo, sus ojos. A veces unos y otros se confundían, o intercalaban en las mismas personas.

Durante 62 días la familia vivió el infierno de perder a una hija y de ser señalada por parte de la sociedad. También de la solidaridad de otra parte. La abuela y su pareja fueron detenidos, acusados y se les inició una causa judicial.

Fueron 62 días de habladurías, de manos solidarias, de búsquedas… Hasta aquel 5 de noviembre en que Micaela fue una nueva víctima del monstruo. Pudo escapar. Su padre llegó hasta la casa, arremetió contra la puerta… Llegó la policía. Ya Jansen se había escapado. Las radios dieron la noticia. La mamá de Sofía escuchó y pidió que se investigue su casa.

Fueron horas de angustia. ¿Y si allí estaba Sofía? El peor escenario se hizo realidad. Y el cuerpito violado, trunco de Sofía aparecía denunciando la atrocidad.

La gente del barrio se iba amontonando. Vallaron la cuadra durante unas horas. Sobre la nochecita la bronca, la impotencia acumulada estalló. Y a partir de allí el descontrol Ni el padre de Sofía Viale podía calmar la situación.

Y llegaron más uniformados y la cúpula policial y política que venía desde Santa Rosa retornó su camino. Y aquí, sobre calle 40 y 29, el dolor se iba mezclando con viejos rencores, con la marca de la exclusión en lo profundo de mucha gente, y los ánimos se caldeaban y estallaba en piedras, golpes, represión.

Y de un momento para el otro, la bronca acumulada se trasladó a dos cuadras, a la Comisaría Cuarta y el descontrol destruyó parte del edificio e incendió un vehículo policial. Y las balas de goma y los gases lacrimógenos aparecieron en escena.

Y de un momento para el otro parecía que todo el odio acumulado, que toda la bronca masticada, que toda la exclusión vivida se desbordaba sin dique alguno.

En Tribunales la manifestación era pacífica pero contundente. Y en pleno centro, gente que pasaba arremetió y golpeó al fiscal Carlos Salinas que cenaba en una pizzería.

Pasaron dos días y la bronca contenida seguía pululando en tiros en el barrio de Sofía, en detenciones, en refuerzos policiales.

Y entraron a jugar otros intereses. La fuerte presencia de uniformados se alejó de Tribunales. Llegaba una camioneta y descargaba gomas. Los comerciantes cerraban sus puertas, veían que el lugar se estaba transformando en zona liberada. Y los destrozos llegaron sobre la noche. Destruyeron parte del palacio de Justicia. Se veía venir, pero nadie quiso ver. Solo los vecinos cerraron ventanas y trabaron puertas porque sintieron que el lugar iba a ser tierra de nadie.

De nadie fue la responsabilidad de proteger el lugar, de cuidar a los vecinos… de nadie fue la responsabilidad de haber revictimizado a la familia con una investigación que los acusó en lugar de ayudarlos… de nadie fue la responsabilidad de que un violador, condenado y con causas pendientes se paseara libre por la ciudad… de nadie fue la responsabilidad de que Jansen no fuera investigado. El titular de la Comisaría Segunda, en declaraciones a un diario capitalino dijo que sabían que allí vivía un violador. Dos fiscales conocían la historia de Jansen porque habían intervenido en las causas por violación anteriores. 
 
La mujer de Jansen lo había defendido cuando su hija lo acusó por haber sufrido abuso sexual. De nadie fue la responsabilidad de los destrozos de la Comisaría Cuarta y de Tribunales. Solo condenaron a Rubén Reinoso, un joven cuya única prueba fue haberle encontrado una semana después de los destrozos, bombas molotov con nafta en una heladera vieja en el patio, cuando hasta el mismo perito de criminalística afirmó que la nafta se hubiera evaporado. No hubo, no hay aún responsables.

Sofía merece, aún muerta, que se respete su memoria condenando a todos los responsables, no solo a Jansen. Los Viale merecen que quienes los revictimizaron sean señalados y respondan. Las niñas y niños como Sofía merecen una vida de juegos y estudio, en lugar de tener que vender en la calle. Las pequeñas, las jóvenes y las adultas merecen vivir en una sociedad donde ningún hombre crea que tiene poder sobre sus cuerpos, y por eso las humillen, las manoseen, las violen…

Sofía estaba descubriendo el mundo, sus ojos se cerraron violentamente a mitad de camino. Que no sea en vano.


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