El conmovedor relato de Sol Acuña sobre su dura historia de vida

“Yo creo que la vida te da otra oportunidad. Hay que buscarla, no te tenés que quedar en ese dolor, en esa rabia”, señaló la ex modelo y empresaria.
 
La ex modelo y empresaria Sol Acuña, quien en los años ´90 se convirtió en uno de los cuerpos más conocidos y deseados por los hombres, pasó por varios momentos difíciles en su vida.

Su cambio de vida no obedeció a un impulso antojadizo. Hubo un día en que su mundo se vino abajo: el 24 de diciembre de 2009 nació sin vida su segunda hija, Ludivine. Su relato de ese momento es inagotablemente conmovedor.

A cuatro años de ese, el día más triste de su vida, Sol habló por primera vez de su dolor. En una nota con La Nación eligió contar cómo llevó su cruz porque cree que su testimonio puede ayudar a muchas personas.

Sol ya había transitado una pérdida enorme: el 2 de julio de 1995, su hermano fue arrollado por un auto, y murió. Hoy, a la distancia y con total resignación, asegura que ese dolor la unió a sus padres como nunca.

Acuña vive en el corazón de José Ignacio, Uruguay, y desde allí, comanda su empresa y vuelve a encontrar la felicidad. “El dolor lo tenés siempre, pero lo entregás, lo dejás volar. Estuve durante tres años con la angustia de mi hija y el tormento del parto. Del dolor del momento en que me dicen está muerta, se te caen las piernas, no tenés fuerza ni para ponerte de pie. Decís, ‘por favor que sea un sueño, por favor díganme que es un sueño’. El tiempo te va acomodando, te va haciendo más fuerte, vas depositando confianza en otras cosas, la gente que te quiere te ayuda un montón. Y hoy puedo decirle gracias porque si no hubiera pasado eso, no hubiera conocido a Lucio. Tampoco me hubiera animado a vivir en otro lugar. Llegué acá de casualidad, y de repente me quedé. Te da miedo cambiar todo, tu rutina de trabajo, cuando te pasa algo así tenés la posibilidad de cerrar la puerta y mirar para otro lado”, manifestó Sol.

Junto a su marido, Hernán Coudeu, encontró en José Ignacio el bálsamo de paz y amor que le permitió seguir adelante y “conocer a Lucio”, el bebe que tuvo a fuerza de perseverancia, cuando sus esperanzas de volver a convertirse en madre parecían perdidas. Nació en diciembre de 2012 y fue la cura de un corazón quebrado. “Dios me dio la oportunidad y la revancha y me amigué con la vida”, dijo. A los 44, logró reconstruirse.

“Mi marido me re ayudó. Los hombres son más de esconder el dolor. Conmigo no tuvo mucha chance, necesitaba saber lo que le pasaba a él. Que él también dijera todo lo que sentía, que lo pudiésemos compartir, hablar, qué pasó, por algo pasó, que no sea tabú, por qué lo íbamos a meter debajo de la alfombra. Después te vas enterando de un montón de gente que le pasó y lo guardó, que no vieron a sus bebes, que no los enterraron. La gente me decía que era increíble todo lo que hice”, señaló.

Cuando se le consultó si tuvo algún apoyo espiritual, respondió: “Soy creyente pero no soy de rezar. Estaba casi enojada con quien existiera. Pero pensé, ‘me toca esto, estoy embarazada de alto riesgo, necesito entregarme a alguien espiritualmente’. Una amiga me presentó a la Virgen de la Medalla Milagrosa. Y me entregué. El año pasado nos fuimos a París y lo llevé al bebe a la capilla que está ahí”.
 
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