Las ideas políticas de San Martín

La escuela argentina nos ha presentado generalmente una imagen parcializada del Padre de la Patria. Se ha enfatizado su brillante carrera militar culminada en la liberación de dos naciones hermanas. Se ha destacado su generosidad al renunciar a la gloria, dejando que Bolívar termine victorioso la guerra de la independencia. Otra imagen recurrente suele ser la del abuelo, que deja a la juventud un código de conducta humanitaria reflejada en sus célebres máximas. Pero poco se ha difundido su pensamiento político. A poco que indagamos en su correspondencia nos encontramos con un San Martín coherente entre su pensar y su obrar. Vemos que no opina como un político de coyuntura, sino como un estadista.

En 1829, San Martín creía que había llegado el momento de volver a su patria. Pero su anhelo no pudo cumplirse. El 6 de febrero de 1829 anclaba en la rada frente a Buenos Aires el buque inglés Chichester, trayendo como pasajero desde Inglaterra al Gral. San Martín, embarcado de incógnito bajo el nombre de José Matorras. Venía deprimido y triste. Al pasar por Río de Janeiro se había enterado de que dos de sus gallardos granaderos estaban enfrentados en lo que sería una larga guerra civil. Lavalle ha sublevado a las tropas que volvían de la guerra contra el Brasil, y ha derrocado a Dorrego. 
 
En Montevideo, se entera que éste ha sido fusilado. Al contemplar desde el barco a Buenos Aires sacudida por la anarquía y los odios políticos toma la decisión de no desembarcar. El Libertador decide volver al ostracismo. Ante el ofrecimiento que le hacen oficiales de Lavalle para que se haga cargo del gobierno, su decisión es tajante, “Mi sable, no, jamás se desenvainará en guerras civiles”. En Montevideo recibe una nueva  ropuesta del Gral. Lavalle para que se haga cargo del gobierno de Buenos Aires como la única solución patriótica que aseguraría la paz. Rehúsa nuevamente, manifestando que idéntica propuesta le habían hecho los federales.

Cuando manda la conciencia

Al rechazar el poder que le ofrecían los bandos en lucha, San Martín expone con toda franqueza su pensamiento sobre la situación del país. Afirma: “Es conocida mi opinión de que este país no hallará jamás quietud, libertad ni prosperidad sino bajo la forma monárquica de gobierno. En toda mi vida pública, he manifestado francamente esta opinión de la mejor buena fe como la única solución conveniente y practicable en el país”. Para un político ambicioso sería preferible callar esta opinión. Pero no para un estadista, que tiene el mandato de su conciencia como algo irrenunciable. “Como las ideas contrarias están en boga y forman la mayoría, yo nunca me resolvería a diezmar a mis conciudadanos para obligarlos a adoptar un sistema en el que vendrían necesariamente a parar. A Lavalle y a los demás jefes les profeso afecto personal y no los puedo mirar con indiferencia, a pesar de sus extravíos juveniles, pero no puedo aceptar sus ofertas”.

¿Qué razones impedían a San Martín tomar el poder y con su prestigio apagar la guerra civil?
La respuesta la encontramos en su correspondencia privada, a sus amigos, los Grales. Bernardo O’Higgins y Tomás Guido. A ellos, con toda crudeza les expone su pensamiento. Dice San Martín: “Las agitaciones consecuentes a diecinueve años en busca de una libertad que no ha existido, y más que todo la difícil posición en que se halla en el día Buenos Aires hacen clamar a los generales de los hombres que ven sus fortunas al borde del precipicio y su futura suerte cubierta de una funesta incertidumbre, no por cambio en los principios que nos rigen, sino por un gobierno riguroso, en una palabra militar, porque el que se ahoga no repara en lo que se agarra. Igualmente, convienen -y en esto ambos partidos- en que para que el país pueda existir es de absoluta necesidad que uno de los dos desaparezca. Al efecto se trata de buscar un salvador, que reuniendo el prestigio de la victoria, la opinión del resto de las provincias y más que todo un brazo vigoroso, salve a la patria de los males que la amenazan. La opinión -o mejor dicho la necesidad- presenta ese candidato, él es el Gral. San Martín. Partiendo del principio de ser absolutamente necesario que desaparezca uno de los dos partidos de unitarios o federales, por ser incompatible la presencia de ambos con la tranquilidad pública, ¿será posible sea yo el escogido para ser verdugo de mis conciudadanos y, cual otro Sila, cubra a mi patria de proscripciones? No, amigo mío, mil veces preferiré envolverme en los males que ser yo el ejecutor de tamaños horrores. Por otra parte, después del carácter sanguinario con que se han pronunciado los partidos contendientes, ¿me sería permitido que quedase vencedor de una clemencia que no sólo está en mis principios, sino que es del interés del país y de nuestra opinión con los gobiernos extranjeros, o me vería precisado a ser el agente de pasiones exaltadas que no consulten otro principio que el de la venganza? Mi amigo, es necesario que le hable la verdad: la situación de este país es tal que al hombre que lo mande no le queda otra alternativa que la de someterse a una facción o dejar de ser hombre público... Ud. conocerá que en el estado de exaltación a que han llegado las pasiones es absolutamente imposible reunir los partidos en cuestión, sin que quede otro arbitrio que el exterminio de uno de ellos”. Es interesante ver con qué agudeza analiza San Martín la situación del país. La historia le dio la razón. Cuando el General Facundo Quiroga, enviado como mediador ante el enfrentamiento de provincias hermanas, es asesinado en Barranca Yaco el 16 de febrero de 1835, la única alternativa que le quedará al país será la larga dictadura de Rosas.

Guayaquil y la Patria Grande

Así como demostró agudeza en el análisis de la situación de su patria, es muy interesante su balance de la gesta emancipadora. En su retiro de Boulogne-sur-Mer, le escribe al Mariscal Ramón Castilla, presidente del Perú, el 11 de septiembre de 1848. Dice el Libertador: “En el período de diez años de mi carrera pública, en diferentes mandos y Estados, la política que me propuse seguir fue invariable en solo dos puntos, y que la suerte y circunstancias mías que el cálculo favorecieron mis miras, especialmente en la primera, a saber, la de no mezclarme en los partidos que alternativamente dominaron en aquella época en Buenos Aires, a lo que contribuyó mi ausencia de aquella capital por el espacio de nueve años. El segundo punto fue el de mirar a todos los Estados americanos, en que las fuerzas de mi mando penetraron, como Estados hermanos interesados todos en un santo y mismo fin. Consecuente con este justísimo principio, mi primer paso era hacer declarar su independencia y crearles una fuerza militar propia que la asegurase. He aquí, mi querido general, un corto análisis de mi vida pública seguida en América; yo hubiera tenido la más completa satisfacción habiéndola puesto fin con la terminación de la guerra de la independencia en el Perú, pero mi entrevista en Guayaquil con el Gral. Bolívar me convenció (no obstante sus protestas) de que el solo obstáculo de su venida al Perú con el ejército de su mando, no era otro que la presencia del Gral. San Martín, a pesar de la sinceridad con que le ofrecí ponerme bajo sus órdenes, con todas las fuerzas de que yo disponía”.

Éste es el balance sanmartiniano de la entrevista de Guayaquil. A continuación, expone conceptos que sólo un espíritu grande puede expresar: “Si algún servicio tiene que agradecerme la América, es el de mi retirada de Lima, paso que no sólo comprometía mi honor y mi reputación, sino que me era tanto más sensible cuanto que conocía que, con las fuerzas armadas de Colombia, la guerra de la independencia hubiera sido terminada en el año 23. Pero este costoso sacrificio, y el no pequeño de tener que guardar un silencio absoluto (tan necesario en aquellas circunstancias) de los motivos que me obligaron a dar ese paso, son esfuerzos que Ud. podrá calcular y que no está al alcance de todos apreciar. Ahora, sólo me resta para terminar mi exposición decir a Ud. las razones que motivaron el ostracismo voluntario de mi Patria”.

Éste es el San Martín que supo poner el bien común de su Patria por encima de las conveniencias personales. Y para nosotros es, hoy, una fuente constante de inspiración.

Prof. Carlos Eduardo Pauli | El Litoral

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