Eduardo Galeano: algunos de sus escritos

El escritor uruguayo Eduardo Galeano, quien falleció hoy a los 74 años en Montevideo, dejó una larga lista de libros, en los que combinaba el ensayo, la ficción, el documental, el periodismo, el análisis político y la historia. Para los que aún no hayan leído alguna de sus obras les dejamos algunos fragmentos (Imagen: Diario El Día)


De “El libro de los abrazos”.

RECORDAR: 

del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón.

EL HAMBRE/2: 

Un sistema del desvínculo: El buey solo bien se lame. El prójimo no es tu hermano ni tu amante. El prójimo es un competidor, un enemigo, un obstáculo a saltar o una cosa para usar. El sistema, que no da de comer, tampoco da de amar: a muchos condena al hambre de pan y a muchos más condena al hambre de abrazos.

DICEN LAS PAREDES/2:  

En Buenos Aires, en el puente de La Boca: Todos prometen, nadie cumple. Vote por nadie. En Caracas, en tiempos de crisis, a la entrada de uno de los barrios más pobres: Bienvenida, clase media. En Bogotá, a la vuelta de la Universidad Nacional: Dios vive. Y debajo, con otra letra: De puro milagro. Y también en Bogotá: ¡Proletarios de todo el mundo, uníos! Y debajo, con otra letra: (Último aviso).

LOS NADIES: 

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto  la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy  ni mañana, ni nunca ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.

•  Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
•  Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos.
•  Que no son, aunque sean.
•  Que no hablan idiomas, sino dialectos.
•  Que no profesan religiones, sino supersticiones.
•  Que no hacen arte, sino artesanía.
•  Que no practican cultura, sino folklore.
•  Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
•  Que no tiene cara, sino brazos.
•  Que no tienen nombre, sino número.
•  Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
•  Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

EL MUNDO: 

un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. El mundo es eso -reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
•    Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.
•    No hay dos fuegos iguales.
•    Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores.
•    Hay gente de fuego sereno que no se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas.
Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.

Mapamundi/2

Al sur, la represión. Al norte, la depresión.

No son pocos, los intelectuales del norte que se casan con las revoluciones del sur por el puro placer de enviudar. Prestigiosamente lloran, lloran a cántaros, lloran a mares, la muerte de cada ilusión; y nunca demoran demasiado en descubrir que el socialismo es el camino más largo para llegar del capitalismo al capitalismo.

La moda del norte, moda universal, celebra al arte neutral y aplaude a la víbora que se muerde la cola y la encuentra sabrosa. La cultura y la política se han convertido en artículos de consumo. Los presidentes se eligen por televisión, como los jabones, y los poetas cumplen una función decorativa. No hay más magia que la magia del mercado, ni más héroes que los banqueros.

La democracia es un lujo del norte. Al sur se le permite el espectáculo, que eso no se le niega a nadie. Y a nadie molesta mucho, al fin y al cabo, que la política sea democrática, siempre y cuando la economía no lo sea. Cuando cae el telón, una vez depositados los votos en las urnas, la realidad impone la ley del más fuerte, que es la ley del dinero. Así lo quiere el orden natural de las cosas. 

En el sur del mundo, enseña el sistema, la violencia y el hambre no pertenecen a la historia, sino a la naturaleza, y la justicia y la libertad han sido condenadas a odiarse entre sí.

La desmemoria/2

El miedo seca la boca, moja las manos y mutila.

El miedo de saber nos condena a la ignorancia; el miedo de hacer nos reduce a la impotencia. 

La dictadura militar, miedo de escuchar, miedo de decir, nos convirtió en sordomudos.

Ahora la democracia, que tiene miedo de recordar, nos enferma de amnesia; pero no se necesita ser Sigmund Freud para saber que no hay alfombra que pueda ocultar la basura de la memoria.

La desmemoria/4

CHICAGO está llena de fábricas. Hay fábricas hasta en pleno centro de la ciudad, en torno al edificio más alto del mundo. Chicago está llena de fábricas, Chicago está llena de obreros.

Al llegar al barrio de Heymarket, pido a mis amigos que me muestren el lugar donde fueron ahorcados, en 1886, aquellos obreros que el mundo entero saluda cada primero de mayo.

-Ha de ser por aquí -me dicen. Pero nadie sabe.

Ninguna estatua se ha erigido en memoria de los mártires de Chicago en la ciudad de Chicago. Ni estatua, ni monolito, ni placa de bronce, ni nada.

El primero de mayo es el único día verdaderamente universal de la humanidad entera, el único día donde coinciden todas las historias y todas las geografías, todas las lenguas y las religiones y las culturas del mundo; pero en los Estados Unidos, el primero de mayo es un día cualquiera. Ese día, la gente trabaja normalmente, y nadie, o casi nadie, recuerda que los derechos de la clase obrera no han brotado de la oreja de una cabra, ni de la mano de Dios o del amo.

Tras la inútil exploración de Heymarket, mis amigos me llevan a conocer la mejor librería de la ciudad. Y allí, por pura curiosidad, por pura casualidad, descubro un viejo cartel que está como esperándome, metido entre muchos otros carteles de cine y música rock.

El cartel reproduce un proverbio del Africa: “Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador”.

Nochebuena

Fernando Silva dirige el hospital de niños en Managua.

En vísperas de Navidad, se quedó trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes, y empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar.

Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo queda en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón; se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra lo reconoció. Era un niño que estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso.

Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano:

-Decile a… -susurró el niño-

Decile a alguien, que yo estoy aquí.

La Cultura del Terror

Pedro Algorta, abogado, me mostró el gordo expediente del asesinato de dos mujeres. El doble crimen había sido a cuchillo, a fines de 1982, en un suburbio de Montevideo.

La acusada, Alma Di Agosto, había confesado. Llevaba presa más de un año; y parecía condenada a pudrirse de por vida en la cárcel.

Según es costumbre, los policías la habían violado y la habían torturado. Al cabo de un mes de continuas palizas, le habían arrancado varias confesiones.

Las confesiones de Alma Di Agosto no se parecían mucho entre sí, como si ella hubiera cometido el asesinato de muy diversas maneras. En cada confesión había personajes diferentes, pintorescos fantasmas sin nombre ni domicilio, porque la picana eléctrica convierte a cualquiera en fecundo novelista; y en todos los casos la autora demostraba tener la agilidad de una atleta olímpica, los músculos de una fuerzuda de feria y la destreza de una matadora profesional. Pero lo que más sorprendía era el lujo de detalles: en cada confesión, la acusada describía con precisión milimétrica ropas, gestos, escenarios, situaciones, objetos…

Alma Di Agosto era ciega.

Sus vecinos, que la conocían y la querían, estaban convencidos de que ella era culpable:

-¿Por qué? -preguntó el abogado.

-Porque lo dicen los diarios.

-Pero los diarios mienten -dijo el abogado.

-Es que también lo dice la radio -explicaron los vecinos-. ¡Y la tele!

LA NOCHE / 1

No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta.

LA NOCHE / 2

Arránqueme, Señora, las ropas y las dudas. Desnúdeme, desdúdeme.

LA NOCHE / 3

Yo me duermo a la orilla de una mujer: yo me duermo a la orilla de un abismo.

LA NOCHE / 4

Me desprendo del abrazo, salgo a la calle.

En el cielo, ya clareando, se dibuja, finita, la luna.

La luna tiene dos noches de edad.

Yo, una.

LA MALA RACHA

Mientras dura la mala racha, pierdo todo. Se me caen las cosas de los bolsillos y de la memoria: pierdo llaves, lapiceras, dinero, documentos, nombres, caras, palabras. Yo no sé si será gualicho de alguien que me quiere mal y me piensa peor, o pura casualidad, pero a veces el bajón demora en irse y yo ando de pérdida en pérdida, pierdo lo que encuentro, no encuentro lo que busco, y siento mucho miedo de que se me caiga la vida en alguna distracción.

(Los últimos 2 fragmentos inspiraron canciones a Joan Manuel Serrat: Secreta mujer y la Mala racha)



Fragmentos del libro "Espejos"

Guerras mentidas

Lanzamientos publicitarios, operaciones de marketing. La opinión pública es el target. Las guerras se venden mintiendo, como se venden los autos.
 
En agosto de 1964, el presidente Lyndon Johnson denunció que los vietnamitas habían atacado dos buques de los Estados Unidos en el golfo de Tonkin.
 
Entonces, el presidente invadió Vietnam, lanzó aviones y tropas y su popularidad subió a las nubes y fue aclamado por los periodistas y por los políticos, y el gobierno demócrata y la oposición republicana fueron un partido único contra la agresión comunista.
 
Cuando ya la guerra había destripado a una multitud de vietnamitas, en su mayoría mujeres y niños, Robert McNamara, ministro de Defensa de Johnson, confesó que el ataque del golfo de Tonkin no había existido.

Los muertos no resucitaron.

En marzo del año 2003, el presidente George W. Bush denunció que Irak estaba a punto de aniquilar el mundo con sus armas de destrucción masiva, las armas más letales jamás inventadas.

Entonces, el presidente invadió Irak, lanzó aviones y tropas y su popularidad subió a las nubes y fue aclamado por los periodistas y por los políticos, y el gobierno republicano y la oposición demócrata fueron un partido único contra la agresión terrorista.

Cuando ya la guerra había destripado a una multitud de iraquíes, en su mayoría mujeres y niños, Bush confesó que las armas de destrucción masiva no habían existido. Las armas más letales jamás inventadas habían sido inventadas por él.

En las elecciones siguientes, el pueblo lo recompensó reeligiéndolo.

Allá en la infancia, mi mamá me había dicho que la mentira tiene patas cortas. Estaba mal informada.

Fundación de la publicidad

El médico ruso Iván Pavlov descubrió los reflejos condicionados.

Él llamó aprendizaje a este proceso de estímulos y respuestas: la campanilla suena, el perro recibe comida, el perro segrega saliva; horas después, la campanilla suena, el perro recibe comida, el perro segrega saliva; al día siguiente, la campanilla suena, el perro recibe comida, el perro segrega saliva;
y se repite la operación, horas tras horas, día tras día, hasta que la campanilla suena, el perro no recibe comida pero segrega saliva.

Horas después, días después, el perro sigue segregando saliva, cuando la campanilla suena, ante el plato vacío.

Dos traidores

Domingo Faustino Sarmiento odió a José Artigas. A nadie odió tanto.

Traidor a su raza, lo llamó, y era verdad. Siendo blanco y de ojos claros, Artigas se batió junto a los gauchos mestizos y a los negros y a los indios. Y fue vencido y marchó al exilio y murió en la soledad y el olvido.

Sarmiento también era traidor a su raza. No hay más que ver sus retratos.

En guerra contra el espejo, predicó y practicó el exterminio de los argentinos de piel oscura, para sustituirlos por europeos blancos y de ojos claros. Y fue presidente de su país y egregio prócer, gloria y loor, héroe inmortal.

Mengele

Por razones de higiene, a la entrada de las cámaras de gas había rejillas de hierro. Ahí los funcionarios limpiaban el barro de sus botas.

Los condenados, en cambio, entraban descalzos. Entraban por la puerta y salían por las chimeneas, después de ser despojados de los dientes de oro, la grasa, el pelo y todo lo que pudiera tener valor.

Allí, en Auschwitz, el doctor Josef Mengele hacía sus experimentos. 

Como otros sabios nazis, él soñaba con criaderos capaces de generar la súper raza del futuro. Para estudiar y evitar las taras hereditarias, trabajaba con moscas de cuatro alas, ratones sin patas, enanos y judíos. Pero nada excitaba tanto su pasión científica como los niños gemelos.

Mengele repartía chocolatines y afectuosas palmadas entre sus cobayos infantiles, aunque en la mayoría de los casos no resultaron útiles al progreso de la Ciencia.

Intentó convertir a algunos gemelos en hermanos siameses, y les abrió las espaldas para conectarles las venas: murieron despegados y aullando de dolor.

A otros trató de cambiarles el sexo: murieron mutilados.

A otros les operó las cuerdas vocales, para cambiarles la voz: murieron mudos.

Para embellecer la especie, inyectó tintura azul en gemelos de ojos oscuros: murieron ciegos.

Retrato de familia en Argentina

El poeta argentino Leopoldo Lugones proclamó:

—¡Ha sonado, para bien del mundo, la hora de la espada!

Y así aplaudió, en 1930, el golpe de estado que instauró una dictadura militar.

Al servicio de esa dictadura, el hijo del poeta, el comisario Polo Lugones, inventó la picana eléctrica y otros convincentes instrumentos que él ensayaba en los cuerpos de los desobedientes.

Cuarenta y pico de años después, una desobediente llamada Pirí Lugones, nieta del poeta, hija del comisario, sufrió en carne propia los inventos de su papá, en las cámaras de torturas de otra dictadura.
 
Esa dictadura desapareció a treinta mil argentinos.
 
Entre ellos, ella.

El río y los peces

Un viejo proverbio dice que enseñar a pescar es mejor que dar pescado.

El obispo Pedro Casaldáliga, que vive en la región amazónica, dice que sí, que eso está muy bien, muy buena idea, pero ¿qué pasa si alguien compra el río, que era de todos, y nos prohíbe pescar? ¿O si el río se envenena, y envenena a sus peces, por los desperdicios tóxicos que le echan? O sea: ¿qué pasa si pasa lo que está pasando?

El peligroso vicio de preguntar

¿Qué vale más? ¿La experiencia o la doctrina?
 
Dejando caer piedras y piedritas y bolas y bolitas, Galileo Galilei comprobó que la velocidad es la misma aunque el peso de los objetos sea diferente.

Aristóteles estaba equivocado, y durante diecinueve siglos nadie se había dado cuenta.

Johannes Kepler, otro curioso, descubrió que las plantas no giraban en círculos cuando perseguían la luz a lo largo del día. ¿Acaso no era el círculo el camino perfecto de todo lo que gira? ¿No era el universo la perfecta obra de Dios?

—Este mundo no es perfecto, ni mucho menos —concluía Kepler—. ¿Por qué habrían de ser perfectos sus caminos?

Sus razonamientos resultaban sospechosos para los luteranos y para los católicos también. La madre de Kepler había estado cuatro años presa, acusada de practicar brujerías. Por algo sería.

Pero él vio y ayudó a ver, en aquellos tiempos de oscuridad obligatoria: adivinó que el sol giraba en torno de su eje, descubrió una estrella desconocida, inventó la unidad de medida que llamó dioptría y fundó la óptica moderna.

Y cuando ya se estaba arrimando al fin de sus días, se le dio por decir que así como el sol decidía el viaje de las plantas, las mareas obedecían a la luna.

—Demencia senil—opinaron los colegas.

Tu futuro te condena

Siglos antes de que naciera la cocaína, ya la coca fue hoja del Diablo.

Como los indios andinos la mascaban en sus ceremonias paganas, la Iglesia incluyó la coca entre las idolatrías a extirpar. Pero las plantaciones, lejos de desaparecer, se multiplicaron por cincuenta desde que se descubrió que la coca era imprescindible. Ella enmascaraba la extenuación y el hambre de la multitud de indios que arrancaban plata a las tripas del Cerro Rico de Potosí.

Algún tiempo después, también los señores de la colonia se acostumbraron a la coca. Convertida en té, curaba indigestiones y resfríos, aliviaba dolores, daba bríos y evitaba el mal de altura.

Hoy en día, la coca sigue siendo sagrada para los indios de los Andes y buen remedio para cualquiera. Pero los aviones exterminan los plantíos, para que la coca no se convierta en cocaína.

Sin embargo, los automóviles matan mucha más gente que la cocaína y a nadie se le ocurre prohibir la rueda.

Muchas veces murió la esclavitud

Consulte cualquier enciclopedia. Pregunte cuál fue el primer país que abolió la esclavitud. La enciclopedia responderá: Inglaterra.

Es verdad que un buen día cambió de opinión el imperio británico, campeón mundial del tráfico negrero, cuando haciendo números advirtió que ya no era tan rentable la venta de carne humana. Pero Londres descubrió que la esclavitud era mala en 1807, y tan poco convincente resultó la noticia, que
treinta años después tuvo que repetirla dos veces.

También es verdad que la revolución francesa había liberado a los esclavos de las colonias, pero el decreto libertador, que se llamó inmortal, murió poco después, asesinado por Napoleón Bonaparte. El primer país libre, de veras libre, fue Haití. Abolió la esclavitud tres años antes que Inglaterra, en una noche iluminada por el sol de las hogueras, mientras celebraba su recién ganada independencia y recuperaba su olvidado nombre indígena.

Los derechos civiles en el fútbol

El pasto crecía en los estadios vacíos.

Pie de obra en pie de lucha: los jugadores uruguayos, esclavos de sus clubes, simplemente exigían que los dirigentes reconocieran que su sindicato existía y tenía el derecho de existir. La causa era tan escandalosamente justa que la gente apoyó a los huelguistas, aunque el tiempo pasaba y cada domingo sin fútbol era un insoportable bostezo.

Los dirigentes no daban el brazo a torcer, y sentados esperaban la rendición por hambre. Pero los jugadores no aflojaban. Mucho los ayudó el ejemplo de un hombre de frente alta y pocas palabras, que se crecía en el castigo y levantaba a los caídos y empujaba a los cansados: Obdulio Varela, negro, casi analfabeto, jugador de fútbol y peón de albañil.

Y así, al cabo de siete meses, los jugadores uruguayos ganaron la huelga de las piernas cruzadas.

Un año después, también ganaron el campeonato mundial de fútbol.

Brasil, el dueño de casa, era el favorito indiscutible. Venía de golear a España 6 a 1 y 7 a 1 a Suecia. Por veredicto del destino, Uruguay iba a ser la víctima sacrificada en sus altares en la ceremonia final. Y así estaba ocurriendo, y Uruguay iba perdiendo, y doscientas mil personas rugían en las tribunas, cuando Obdulio, que estaba jugando con un tobillo inflamado, apretó los dientes. Y el que había sido capitán de la huelga fue entonces capitán de una victoria imposible.

La sal de esta tierra

En 1947, la India se convirtió en país independiente.

Entonces cambiaron de opinión los grandes diarios hindúes, escritos en inglés, que se habían burlado de Mahatma Gandhi, personajito ridículo, cuando lanzó, en 1930, la marcha de la sal.

El imperio británico había alzado una muralla de troncos de cuatro mil seiscientos kilómetros de largo, entre el Himalaya y la costa de Orissa, para impedir el paso de la sal de esta tierra. La libre competencia prohibía la libertad: la India no era libre de consumir su propia sal, aunque era mejor y más barata que la sal importada desde Liverpool.

A la larga, la muralla envejeció y murió. Pero la prohibición continuó, y contra ella lanzó su marcha un hombre chiquito, huesudo, miope, que andaba medio desnudo y caminaba apoyado en un bastón de bambú.

A la cabeza de unos pocos peregrinos, Mahatma Gandhi inició una caminata hacia la mar. Al cabo de un mes, tras mucho andar, una multitud lo acompañaba. Cuando llegaron a la playa, cada uno recogió un puñado de sal.

Así, cada uno violó la ley. Era la desobediencia civil contra el imperio británico.

Unos cuantos desobedientes cayeron ametrallados y más de cien mil marcharon presos.

Presa estaba, también, su nación.

Diecisiete años después, la desobediencia la liberó.

Fundación del jazz

Corría el año 1906. La gente iba y venía, como cualquier día, a lo largo de la calle Perdido, en un barrio pobre de Nueva Orleans. Un niño de cinco años, asomado a la ventana, contemplaba aquel aburrimiento, con los ojos y los oídos muy abiertos, como esperando algo que iba a ocurrir.

Y ocurrió. La música estalló desde la esquina y ocupó toda la calle. Un hombre soplaba su corneta, alzada al cielo, y a su alrededor la multitud batía palmas y cantaba y bailaba. Y Louis Armstrong, el niño de la ventana, se meneaba tanto que por poco no se cayó desde allá arriba.

Unos días después, el hombre de la corneta fue a parar al manicomio. Lo encerraron en el sector reservado a los negros. 

Ésa fue la única vez que su nombre, Buddy Bolden, apareció en los diarios.

Murió un cuarto de siglo después, en ese mismo manicomio, y los diarios ni se enteraron. Pero su música, nunca escrita ni grabada, siguió sonando dentro de quienes la habían gozado en fiestas o funerales.

Según dicen los que saben, ese fantasma fue el fundador del jazz.

En directo y en vivo

Toda Argentina asiste.

Un espectáculo en tiempo real.

La televisión no pierde detalle, desde el momento en que el toro, negro tenía que ser, aparece en alguna calle de los suburbios de Buenos Aires, una mañana del año 2004.

Los periodistas van contando lo que ocurre como si fuera una mezcla de lidia y de guerra, la emoción rompecorazones de una corrida en la Plaza de Sevilla narrada en el tono epicotrágico de la caída de Berlín.

Pasa la mañana y la policía no llega. La bestia, amenazante, pasta. La población, temerosa, mira de lejos.

Cuidado, advierte un periodista que pasea entre la multitud, micrófono en mano: Cuidado, que puede ponerse nervioso.

El salvaje rumia pasto, ajeno a todos, concentrado en ese pedacito de campo que ha encontrado entre los grises edificios.

Por fin, llegan los patrulleros, cargados de agentes que se despliegan a su alrededor y lo miran sin saber qué hacer.

Entonces unos espontáneos se desprenden del gentío y, dando muestras de valor y de destreza, se abalanzan sobre el toro bravo, lo arrojan al suelo, lo golpean a puñetazos y patadas y lo atan con cadenas. Los cámaras registran el momento en que uno de ellos, triunfante, pone un pie encima del trofeo.

Se lo llevan en una carretilla. La cabeza le cuelga afuera. Cuando la levanta, le llueven golpes. Las voces denuncian:

—¡Quiere escaparse! ¡Quiere escaparse de nuevo!

Y así acaba este ternero, este adolescente de cuernos recién despuntados, que se había fugado del matadero.

El plato era su destino.

Él nunca había soñado con ser estrella de la tele.

En vivo y en directo

Todo Brasil asiste.

Un espectáculo en tiempo real.

La televisión no pierde detalle, desde el momento en que el criminal, negro tenía que ser, convierte en rehenes a los pasajeros de un ómnibus de Río de Janeiro, una mañana del año 2000.

Los periodistas van contando lo que ocurre como si fuera una mezcla de fútbol y de guerra, la emoción rompecorazones de una final de la Copa del Mundo narrada en el tono epicotrágico del desembarco de Normandía.

La policía ha puesto sitio al ómnibus.

En el largo tiroteo, muere una muchacha. El público vocifera maldiciones contra la fiera salvaje que no vacila en sacrificar inocentes vidas humanas.

Por fin, al cabo de cuatro horas de mucho tiro y mucha ópera, una bala del orden derriba al peligro público. Los policías exhiben su trofeo, el criminal malherido, bañado en sangre, ante las cámaras.

Todos quieren lincharlo, los miles que están allí y los millones que no están pero miran.

Los policías lo arrancan de manos de la multitud enardecida.

Entra vivo al patrullero. Sale estrangulado.
 
En su breve paso por el mundo, se llamó Sandro do Nascimento. Él era uno de los muchos niños de la calle que dormían en las escalinatas de la iglesia de la Candelaria, una noche de 1993, cuando llovió metralla. Ocho murieron.

De los que sobrevivieron, casi todos fueron matados poco después.

Sandro tuvo suerte, pero era un muerto en uso de licencia.
 
Siete años después, cumple la sentencia.
 
Él siempre había soñado con ser estrella de la tele.

Peligro en las cárceles

En 1998, la Dirección Nacional del Régimen Penitenciario de la República de Bolivia recibió una carta firmada por todos los presos de una cárcel del valle de Cochabamba.

Los presos pedían a las autoridades que tuvieran a bien elevar la altura del muro de la prisión, porque los vecinos lo saltaban fácilmente y les robaban la ropa que ellos colgaban a secar en el patio.

Como no había presupuesto disponible, no hubo respuesta. Y como no hubo respuesta, los presos no tuvieron más remedio que poner manos a la obra.

Y alzaron bien alto el muro, con ladrillos de barro y paja, para protegerse de los ciudadanos que vivían en los alrededores de la prisión.

El arte oficial en Argentina

25 de mayo de 1810: llueve en Buenos Aires. Bajo los paraguas, hay una multitud de sombreros de copa. Se reparten escarapelas celestes y blancas.

Reunidos en la que hoy se llama Plaza de Mayo, los señores de levita claman que viva la patria y exigen que se vaya el virrey.

En la realidad real, no maquillada por las litografías escolares, no hubo sombreros de copa, ni escarapelas, ni levitas, y parece que ni siquiera hubo lluvia ni paraguas. Hubo un coro de gente reclutada para apoyar, desde afuera, a los pocos que dentro del Cabildo discutían la independencia.

Esos pocos, tenderos, contrabandistas, ilustrados doctores y jefes militares, fueron los próceres que dieron nombre a las avenidas y a las calles principales.

No bien declararon la independencia, implantaron el comercio libre.

Así el puerto de Buenos Aires asesinó en el huevo a la industria nacional, que estaba naciendo en las hilanderías, tejedurías, destilerías, talabarterías y demás talleres artesanales de Córdoba, Catamarca, Tucumán, Santiago del Estero, Corrientes, Salta, Mendoza, San Juan...

Pocos años después, el canciller británico George Canning brindó celebrando la libertad de las colonias españolas en América: —Hispanoamérica es inglesa —comprobó, alzando la copa. Inglesas eran hasta las piedras de las veredas.

Fuente: "Espejos, una historia casi universal" (Eduardo Galeano)

Las mejores frases de Eduardo Galeano

"La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar"

"La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo"

“Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”

“Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, ni socializan los medios de producción y de cambio… Pero quizá desencadenen la alegría de hacer y la traduzcan en actos”

"No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta"

“De cada día nace una historia porque estamos hechos de átomos, estamos hechos de historias

"Al Norte y al Sur, al Este y al Oeste, el hombre serrucha, con delirante entusiasmo, la rama donde está sentado"

"El mundo es una gran paradoja que gira en el universo. A este paso, de aquí a poco los propietarios del planeta prohibirán el hambre y la sed, para que no falten el pan ni el agua"

"Arránqueme, señora, las ropas y las dudas. Desnúdeme, desdúdeme"

"Hay un único lugar donde ayer y hoy se encuentran y se reconocen y se abrazan. Ese lugar es mañana" 

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