Santa Rosa | La marcha “Ni una menos”, disparadora de una historia oculta: el caso de Gladys Wals

8aUn grupo de nietos decidió salir a contar públicamente, a través de una entrevista con El Diario, el caso de femicidio ocurrido en el año '81. El asesino fue condenado a nueve años, pero a los cuatro salió en libertad. El crimen sucedió en el barrio Villa Parque: la mujer recibió 13 puñaladas. (Foto: El Diairo LP)

Fue un crimen de otra época. Con una condena de otra época. Pero el pasado 3 de junio -34 años después- tres generaciones pudieron hacer el “duelo” que les había negado una historia familiar oculta y salir a visibilizar públicamente en la marcha “Ni una menos” el caso de Gladys Wals: una mujer de 42 años asesinada de trece puñaladas por su entonces expareja, Félix “El Puma” Rivera, un albañil de 75 años que actualmente vive en la vecina localidad de Toay.

“Fue como el sepelio de nuestra abuela, víctima de un caso de violencia de género que hasta ahora había pasado inadvertido... Todos nosotros hicimos el duelo ese día, el de la marcha”, contaron en una entrevista con este diario Gladys Ramburger (33), Yanina Cabral (31), Vanina López (31), Valeria Cornejo (30) y Astrid López (26), nietas de Gladys, quienes se movilizaron junto a sus hijos y sus padres.

La mujeres son parte de un grupo de 29 primos hermanos, cuyos padres son hijos de Gladys y de Víctor Ramón Cornejo. Decidieron organizarse en menos de una semana para salir a la calle a contar la historia de su abuela asesinada.

“Nunca antes participamos de una movilización, de ningún tipo... Esta fue la primera vez. Y la verdad es que en un principio teníamos como ciertas dudas porque pensábamos que la gente iba a decir ’¿y estos qué salen ahora con algo que pasó en el año ‘81?’. Pero ese día (el de la marcha) ni el qué dirán nos frenó, no nos importó, sentimos que estábamos en nuestro mundo, que nos cuidábamos entre todos, no nos importó nada... En un momento nos miramos y estábamos todos llorando, sabíamos que estábamos honrando la memoria de nuestra abuela como ella lo merecía”, sostuvieron.

Gladys

Gladys Wals fue brutalmente asesinada de trece puñaladas el 2 de diciembre de 1981, en plena dictadura militar. Félix “El Puma” Rivera recibió una condena de nueve años. Pero a los cuatro quedó en libertad. “Nosotros hicimos nuestras propias averiguaciones... Nos dijeron que a los quince días de estar preso lo sacaron a la calle y trabajó en la construcción de la Unidad 13, lo que es hoy la cárcel de mujeres”, destacaron.

Gladys, a quien apodaban “Chichí”, era por aquel entonces portera de la Escuela 74 y formaba parte de una familia de diez hermanos. Antes había estado casada con Víctor Ramón Cornejo (abuelo de las chicas que decidieron visibilizar el caso), un expolicía fallecido, de quien la mujer se separó por reiteradas golpizas y maltratos. Tuvieron seis hijos: Raúl, Dora, Marta, Víctor, Héctor e Hilda, quienes al momento de la muerte de su madre tenían entre 21 y 14 años de edad.

Tres años después de aquella separación con Cornejo, Gladys volvió a formar pareja con Félix Rivera, con quien tuvo otras dos hijas: Graciela y Adriana (tenían cuatro y seis años cuando su padre mató a su madre). El paso del tiempo y varios conflictos familiares -entre ellos el generado por el crimen- alejaron a los medio hermanos.

El escenario del homicidio fue entre las calles Macachín y Utracán, en el barrio Villa Parque de esta ciudad, desde donde salía una especie de colectora hacia Toay. Hay una versión que dice que Rivera asesinó a Gladys en la vecina localidad y que la trasladaba en su Renault 4 L para enterrarla en algún lugar. Otra cuenta que la mató en esa misma esquina y que una de las trece puñaladas mortales quedó clavada en el asiento delantero del acompañante.

Lo cierto es que fue un siniestro vial -al auto de Rivera lo chocó otro vehículo- lo que reveló el brutal crimen: el asesino huyó a pie del lugar y se entregó al otro día en la comisaría acompañado por un abogado. Gladys fue trasladada en forma urgente por una ambulancia pero falleció antes de llegar a la entonces Clínica Santa Ana, que estaba ubicada sobre la calle Centeno.

“Nosotras estamos convencidas de que a alguien tiene que haber conocido en esa época, a algún peso pesado de los militares... Porque si no no se entiende el trato que tuvo y por qué salió tan rápido en libertad”, destacaron las entrevistadas.

Gladys Wals había ido a denunciar en varias oportunidades tanto a Cornejo como a Rivera ante las autoridades policiales. Dicen que siempre recibió la misma respuesta: “Los problemas de la casa se arreglan en la casa...”.

Cuando Rivera recuperó la libertad hubo varios momentos de tensión y algunos roces con los hijos de Gladys. Pero el paso del tiempo diluyó los rencores y cada uno decidió vivir su vida en forma diferente. Increíblemente, la movilización de este 3 de junio volvió a enfrentar a las partes pero con otras generaciones: una de las hijas de Rivera y una nieta siguieron de cerca a las primas manifestantes y arrancaron cada afiche colocado y que tenía como destino escrachar al asesino.

Un vuelco repentino


¿Cómo es que ustedes se enteraron de la muerte de su abuela? La consulta les arranca una sonrisa a Gladys, Yanina, Vanina, Valeria y Astrid. “Por chusmas y curiosas...”, contestan casi al unísono.

Las chicas siempre habían encontrado un cerrado hermetismo en sus padres a la hora de preguntar sobre la abuela. “Llegó un momento en que nosotras tampoco queríamos preguntar mucho, porque los veíamos sufrir... Cada vez que llegaba el Día de la Madre siempre la recordaban con mucho dolor. Nosotros por supuesto que nos dábamos cuenta de eso y a medida que fuimos creciendo mucho más”, destacaron.

Menos de una semana antes de la marcha del 3 de junio, apenas algunos cruces de WhatsApp alcanzaron para que los primos y primas decidieran por ellos mismos movilizarse. “En un momento coincidimos en que lo mejor era pedirles permiso a nuestros padres para salir a contar la historia de nuestra abuela... Ni siquiera pretendíamos que nos acompañaran, pero sí queríamos que supieran por boca nuestra y no que se enteraran después por los medios”, indicaron.

- ¿Cómo se lo dijeron?
- Los juntamos a varios de ellos... Ni bien se lo dijimos rompieron en llanto, se largaron todos a llorar... Nos largamos todos a llorar.

A partir de ahí la historia familiar de los descendientes de Gladys Wals tuvo un vuelco repentino. Cada uno de los hijos de la mujer asesinada decidió relatarles en primera persona a sus nietos qué pasó con su abuela aquel 2 de diciembre de 1981 y por qué estuvieron tanto tiempo en silencio.

Gladys, la mayor de las primas (se llama así en homenaje a su abuela, su mamá Marta estaba embarazada de ella al momento del homicidio), relató: “De alguna manera yo inconscientemente no preguntaba de mi abuela... Porque era una forma de proteger a mi mamá, porque sabía que ella se ponía muy mal con esos recuerdos. Lo que me contó ahora fue la manera en que se entera del crimen. Mi papá llegó y le dijo que había pasado cerca de la casa (de su suegra) y que había visto el 4L de Rivera rodeado de gente. Al rato apareció en mi casa otra hermana de mi mamá y le dio la noticia de todo”.

Yanina vivió un momento muy particular junto a su mamá Hilda. “Cuando le dije que iba a ir a la marcha se largó a llorar con todo... Después se levantó y fue a buscar un librito que había hecho una hermana de mi abuela allá por el año 1990, con nombres falsos, para mostrarlo en un encuentro que hubo donde se había hablado del maltrato a las mujeres. Y me dijo: ’Mirá, yo ya tenía decidido ir sola a la marcha’. Yo tampoco nunca le había querido preguntar nada a mi mamá para no hacerla sufrir, pero cuando tenía ocho o nueve años me acuerdo que una vez fuimos al cementerio a la tumba de mi abuela y apareció una mujer que le dejó un ramo de flores. Mi mamá se enojó, discutieron fuerte y nos fuimos. Cuando llegamos a casa, yo le pregunté por esa mujer. Me contestó que era la hermana del hombre que mató a su mamá. Y ahí quedó todo. Después, cuando ya era adolescente, descubrí un frasquito que ella tenía con todas las dedicatorias que había hecho la gente que fue al velorio de mi abuela. Hoy, todo eso que estaba oculto, escondido en mi casa, ya está al alcance de todos para que cualquier persona que entre a mi casa lo pueda ver. La cuestión es que fuimos juntas a la marcha y esta vez no me hizo mal verla llorar tanto, me di cuenta que en realidad por primera vez estaba pudiendo llorar la muerte de su madre sin esconderse de nada”.

Valeria es la hija de Héctor, el más chico de los hijos varones de Gladys. “Yo siempre viví en la casa que era de mi abuela, en el Peñi Ruca. Incluso en esa casa hoy hay cosas que eran de mi abuela. Una vez, recuerdo que le pregunté a mi papá por qué no hablaba de mi abuela. Pero nunca me dijo nada. Tampoco quiso enterarse de las cosas que nosotros estábamos preparando para la movilización. Y dos días antes, cuando nos llegan los prendedores que hicimos hacer, le mostré uno. Se puso a llorar como un chico. Y me contó que nunca había hablado del caso porque sentía mucha culpa y mucha impotencia... Resulta que él estaba presente el día que Rivera la pasó a buscar en el auto por casa a mi abuela. Él mismo le dijo que fuera, porque por ahí tenía la posibilidad de arreglar una ayuda económica para sus medio hermanas más chicas, las hijas de este hombre. Después me pasó algo muy especial: cuando le dije de pasarlo a buscar para ir a la marcha, mi papá me dijo que no, que iba a ir solo. La verdad no le creí que fuera a ir. Cuando nos estábamos preparando en la plaza, veo que aparece caminando solo hacia nosotras... Me dijo que tenía sentimientos muy encontrados, que estaba contento por lo que nosotras estábamos haciendo pero que a su vez estaba muy triste... No paró de llorar a lo largo de toda la marcha”, narró.

Vanina y Astrid tienen grabada a fuego una frase de su madre, Dora (Coty). “Lo único que nos dijo fue ’la abuela necesitaba esto’. El día de la marcha ella no podía ni hablar, no le salía nada. Estaba quebradísima. Sentimos que tuvimos nosotros entre primos y ella con sus hermanas, es decir, con nuestros tíos, un encuentro familiar que no habíamos alcanzado nunca. Y eso había sido gracias a nuestra abuela. Todo esto terminó reafirmando vínculos, volvió una vinculación que no teníamos. Hoy sabemos que todos podemos hablar de nuestra abuela sin problemas y que incluso se lo podemos contar a nuestros hijos. La verdad es que nos sentimos orgullosas de haber honrado así la memoria de nuestra abuela”, sostuvieron.

Al final, cuando ya cada una contó su historia, mostraron un mensaje de texto que les llegó de “la tía Hilda” unas pocas horas después de la marcha del 3 de junio y que atesorarán como un recuerdo imborrable. “Gracias queridos sobrinos!!! Hoy me siento como en una nube, rara, vacía, con mucha emoción. Necesitaba mostrar mi dolor al igual que mis hermanos a kienes amo... Y gracias a la unión de ustedes lo hicimos. Mi madre se merecía esto y mucho más. Dondequiera que esté mi VIEJA HERMOSA estará feliz y orgullosa de vernos a todos juntos recordándola! Gracias por la memoria de mi madre, un ser único y maravilloso... Los kiero, un beso” (sic).

El Diario LP

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