#Santoral | Hoy la Iglesia recuerda a San Vicente, Sabina y Cristeta, hermanos y mártires

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Estos hermanos, sufrieron el martirio por negarse a reconocer a otros dioses y apostatar de su Fe en Jesucristo 

Los hermanos Vicente (de Ávila), Sabina y Cristeta fueron capturados y martirizados en Ávila en el 306. Se negaron rotundamente, en tiempos de persecusión del malvado emperador Diocleciano, a firmar un acuerdo en la que reconocían haber ofrecido sacrificios a los dioses romanos y así apostatar de su fe en Cristo. Sus cuerpos fueron depositados en un hueco de la roca, sobre la que más tarde se edificaría la actual basílica.

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Un poco de su historia

Vicente, Sabina y Cristeta son hermanos. Han nacido y viven en Talavera (Toledo). Los tres disfrutan de su juventud. Cristeta, es casi una niña y, como en tantos hogares después del fallecimiento de los padres, Vicente toma la cabeza por ser el mayor.

En Talavera este joven llamado Vicente, brillaba como buen cristiano, tan ejemplar y tan modesto, que servía de edificación la justificación de su conducta hasta a los mismos paganos.

Llevado a la presencia del Presidente de España, Daciano, hombre cruel, barbaro y perverso, que odia sin límites el nombre cristiano y que buscan a todos los seguidores de Cristo. Allí se repite el esquema clásico, en parte verídico y en parte parenético de las actas de los mártires. Halagos por parte del poderoso juez pagano con promesas fáciles, y, por parte del cristiano, profesiones de fe en el Dios que es Trinidad, en Jesucristo-Señor y en la vida eterna prometida

Daciano, viendo la compostura de Vicente y su gallarda disposición, fingiendo, una falsa compasión, intentó pervertirle con halagos y caricias.


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Le preguntó qué secta profesaba; y sin turbarse Vicente, respondió con valentía de espíritu que la religión de Jesucristo, por cuyo nombre se llamaba cristiano.
  • Dijo Daciano: "¿adoras por Dios a un hombre que por sus delitos crucificaron los judíos?"
  • Calla, (respondió entonces el Santo), no vituperes a quien debías venerar si no estuvieras endemoniado.
  • Pues ¿quién es el Dios que hizo esas maravillas sino Júpiter?, replicó el tirano.
  • Júpiter fue un hombre inútil, cuyas torpes maldades publican vuestros mismos libros; pero mi Dios es santo e inmaculado, uno en esencia y trino en persona, quien, por su infinito poder y suma bondad, hizo las obras admirables que en el Cielo y en la Tierra vemos y sabemos, las cuales por todas partes testifican su divinidad.

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Encendido Daciano en un furor dijo:
"Es cosa indigna para mi cuestionar con un joven bisoño; y puesto que no obedeces a mis mandatos, no oiré tus razones. Lo que de tu Dios puedes hablarme, ya lo tengo oído de otros fanáticos tan ciegos, tan perdidos y tan destemplados como tú. Dijo a sus ministros: "Apartad de mi vista y retirad de mi presencia a ese mancebo sacrílego, y notificadle que, o sacrifique a Júpiter, o sea condenado en el mismo lugar que lo resista a una muerte infame, acompañado de crueles tormentos."

Apenas puso el santo joven los pies en la piedra del ara de aquel falso Dios, cuando, convirténdose su dureza en una blandura, quedaron en ella impresas sus plantas como en blanda cera; de cuyo prodigio pasmados los ministros gentiles, reconociendo que ninguno de sus dioses obraba maravillas semejantes, confesaron que era verdadero el Dios que adoraba Vicente; por lo que, suspendiendo la ejecución, con deseo de librarlo de la muerte, dijeron a Daciano que pedía el joven 3 días para deliberar en el asunto; y se los concedió.

Puesto el Santo en aquella prisión, concurrieron a visitarle muchos fieles y paganos, de los que convirtió a muchos a la fe de Jesucristo. Pasaron también a verle sus hermanas Sabina y Cristeta, y le hicieron presente el desamparo en que quedaban, a fin de inclinarle a que huyese de la cárcel. Vicente ante los ruegos de sus hermanas, ayudado por los guardias de la cárcel, se ausentó una noche con ellas, tan aceleradamente, que aunque Daciano mandó tras él sus ministros, no pudieron alcanzarlos hasta la ciudad de Avila, donde los prendieron; y sacándoles fuera de las puertas de la ciudad, extendiendo á cada uno horribles tormentos y los tres fueron allí martirizados, en el año 304.

El amor a Dios no supone una dejación, olvido o deserción de los nobles compromisos humanos. Vicente, aceptando los planes divinos hasta el martirio, hizo cuanto legítimamente estuvo de su parte para sacar adelante su compromiso familiar.

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